La pubertad
Doña Petrona estuvo entre los siete y los doce años interna en la escuela del convento, la norma en materia de formación de la niña noble. Con la primera menstruación la devolvieron a la familia lista para el matrimonio: Nosotras forjamos el espíritu y los hábitos de la esposa abnegada, y la naturaleza hace lo suyo. Sobre el espíritu y los conocimientos de la esposa abnegada, doña Petrona nos elucida:
Bordar, tejer, hacer biscochos, tocar el arpa o la vihuela para apaciguar al marido tras su ardua jornada en la calle, organizar el hogar y prestar los primeros auxilios: limpiar una herida, vendar, sobar un músculo tenso, preparación de remedios caseros, y memorización de las diecinueve plegarias de alivio para las dolencias comunes. Había plegaria para el dolor de barriga, de muela, de cabeza, para los retorcijones, las punzadas, los malos aires, los vientos y los gases, y la dolencia inmunda (las almorranas). Asimismo teníamos los santos doctores correspondientes, Santa Lucía, patrona del buen mirar, san Cayetano, de los estragos del trabajo, san Francisco de Asís, de las picaduras de culebra y mordedura de perro, y san Benito, de la dolencia inmunda. Se decía, san Benito bendito, guárdame el culo sanito.
No todas las niñas nobles iban derecho al altar. La pobreza generalizada influyó en el mercado matrimonial. Muchas familias se encontraron sin dote para las hijas, o no había el novio igual a uno, para casar la par. Entonces la niña regresaba al convento a casarse con Jesús Cristo. Igual suerte llevaban las niñas de alcurnia que nacían oscuras de piel, siendo que las familias pregonaban la pureza racial. Una hija de piel oscura y pómulos pronunciados delataba la mancilla histórica, la india en el lecho del abuelo. También al convento se destinaban las señoritas que soltaban el chocolate antes de la boda, y las hijas naturales de los hombres importantes. Las nobles aindiadas, las hijas naturales y las pecadoras se vengaban conspirando contra el orden social con el chisme estratégico y lo más temido, préstamos usureros. Muchos conventos doblaban de bancos prestamistas.